lunes, 5 de marzo de 2012

ACTORES



Los que me conocen saben que los actores, como colectivo, no son santo de mi devoción. Me parece que de tanto mirarse el ombligo pierden el norte y el contacto con la realidad. De sólo salir entre ellos, comer entre ellos y casarse entre ellos, van a acabar desapareciendo como los Habsburgo.
Pero, de repente, de cuando en cuando, aparece un ejemplar único que te reconcilia con la profesión y te recuerda para qué están aquí. El sábado estaba yo entre regular y fatal, y Olga Margallo me había dicho: "Mis padres están otra vez en el Arenal, vete a verles que te va a gustar". ¡Qué sabia!
Sólo mirando la foto, con esa pinta incalificable que se han puesto, se te dibuja una sonrisa. Luego sigues mirando y piensas que esas dos personas no pueden ser más que dos trozos de pan. Pero en cuanto abre la boca Petra, añades a la lista: ¡qué pedazo de actriz!. Así sin alharacas, sin tener que ir a preguntar a la gente cómo se compra el pan para preparar un papel de ama de casa, porque Petra (estoy segura, aunque no la conozca de nada) es ama de casa y Abuela sin Fronteras (eso sí que me consta), y lo que devuelve al público en el escenario son sus propias experiencias, no necesita que nadie se lo cuente.
El texto de La Madre Pasota es bueno (eso se le presupone a un Nobel), pero Petra le da una verdad tan grande que te lleva de la carcajada desorbitada a la lágrima contenida sin que te des cuenta de los atajos que ha ido cogiendo. 
Y cuando crees que todo ha terminado, entra el Sr. Margallo y llega el delirio y se palpa tanta complicidad, tantas horas de tablas, tanto amor y respeto, que empiezas a ponerte verde de envidia, pero sin parar de reír.
Viendo a los Margallo he entendido el porqué de la endogamia y he recordado para qué están los actores: para arrancarte una sonrisa cuando peor te encuentras, para ayudarte a entender los problemas de otros, para desdramatizar tus propios problemas, para hacer que vuelvas a ser niño, para abrir paréntesis en la rutina.
A sus pies Doña Petra.

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