Los cambios son buenos. Esto es más fácil de decir cuando simplemente te sientas a ver cómo cambian otros. Pero no puedo evitar sentir una sana envidia... (¡qué demonios!, la envidia no es sana en ningún caso)... no puedo evitar sentir envidia ante los cambios ajenos. Por eso no entiendo a la gente que se encadena pronto. Poder ser libre de toda atadura, permitirte levantar una casa en un mes y cambiar de país, así, de pronto... aun dejando gente por el camino y teniendo que renunciar a un trabajo. Éso sólo se hace cuando eres lo suficientemente joven, cuando no tienes pequeños seres que te aten a la tierra (y una gata no cuenta como pequeño ser, por mucho certificado de salud que haya que sacarle). Poder decir, cojo la mitad de lo que tengo, regalo la otra mitad y ¡carretera y manta!... es algo con lo que soñamos los seres que hemos nacido con mentalidad de abuelillos y tendemos a las ataduras. Yo, por ejemplo, me ato a una mosca volando como haya entrado en mi casa más de tres veces, y me da vértigo cualquier cambio en la rutina. En eso soy muy virgo. Necesito estar a los mandos. Pero me encantaría estar completamente loca y salir corriendo sin mirar atrás. Ahora mismo, eso es imposible. Así que vivo las emociones ajenas y babeo con las fotos de la nueva casa de Daniel y le achucho para que haga cajas y se desapunte del gimnasio y se despida del trabajo y... ¡es tan fácil dar órdenes por teléfono! Menos mal que él pasa de mí y hace lo que le sale de las pelotas. Pero que se va, se va. Vamos que le queda nada.
Bueno, querido, pues ahora respira hondo y prepárate porque no puedes posponer las despedidas, mañana es el día. Llorarás como una magdalena, es lo que toca, ¡haber pedido susto! Y luego emprenderás una maravillosa aventura en la soleada France, aunque tengas que aguantar que tenga franceses. ¡Nada es perfecto!
Me encanta esta versión, pero no sé por qué extraña razón no dejan insertarla, así que... a escucharla a youtube : CHANGES