Hay gente que no tiene vida propia y se dedica a secuestrar a los compañeros de trabajo, en cuanto la situación se lo permite. Son esos pelmas que montan reuniones para todo: para ver a qué hora nos vamos a comer, qué ropa traemos el viernes, qué tipo de grapadora es la idónea para nuestros guiones, cómo colocamos las mesas para la nueva temporada...
Otra cosa que les encanta es preparar alguna sorpresita justo el viernes por la tarde, cuando ya estás que no puedes con la vida y necesitas ir a beberte un par de bares con tus amigos (que, a veces, incluso, trabajan contigo y con el asocial), ellos montan otra meeting con la vana esperanza de que, al acabar, propongas en público tomar unas cañas. A ver, tío, entérate de una vez: ¡que nos vamos a tomar cañas y no estás invitado! Porque nos puedes secuestrar en el centro de trabajo, dentro o fuera de un horario decente, pero, una vez pasada la puerta, tendrás que enfrentarte a la cruda realidad: estás más solo que la una y no puedes obligar a la gente a tenerte aprecio.
¡Haber pedido susto! Que no piensas en nosotros cuando te dedicas a medrar en despachos varios y acudir a fiestas de convidado de piedra, ni cuando te apuntas las ideas y el trabajo de los demás como propio, ni cuando ocultas información con el único propósito de hacerte el interesante.
Y de lo de lavarse y tal, si te parece, hablamos otro día.