Soy de ese tipo de locas que no pueden pasar delante de un bebé sin decirle algo. Y a ellos les gusta. No están acostumbrados a que les hablen como si fueran personas y les flipa. Eso, y que yo creo que perciben el subidón de leche que me provocan. Pero no soy una talibana de los bebés. Eso de que todos los bebés son guapos es una falacia. Hay bebés feos de narices. No hace mucho he visto uno. Y yo creo que las madres lo saben, por mucho que les quieran. Mi bebé cuando nació era muy muy rara. En mi familia todos habíamos sido rubillos y calvos, claro, como buenos bebés. Ella nació con un melenón impresionante, y negro como el carbón. Cuando paseaba con el cochecito, la reacción era automática: "¡Un bebé!, ¿a ver?... ¡Uy, qué pelo!". Todos decían "¡eso es pelusa de bebé, se le caerá!" Hombre, pelusa, pelusa... ¡Ya quisieran esa pelusa muchos calvos! A los dos meses, harta de esperar a que se cayera por sus propios medios, y ante la amenaza de tener un bebé de cuatro meses con melena de trovador, fuimos a la peluquería, y se lo cortaron a tijera (he de reconocer que fue un corte un poco masculino, pobre...), pero esa carita... esos ojitos negros como aceitunas... Creo que fue entonces, y a lo mejor por sentirme algo culpable, cuando me teñí el pelo de rojo pasión y cada vez que me asomaba a la cuna se movía con brazos y piernas como si viera un peluche gigante. Ella y todos los bebés de la clase de estimulación a la que íbamos... ¡qué tiempos!
Ahora, cada vez que me cruzo con un bebé, no puedo evitar sonreírle, y la respuesta es automática, te devuelven la sonrisa y se retuercen como gusanitos cuando su cochecito pasa de largo.
El otro día fui a un centro comercial con mi bebé melenuda. Ya no es un bebé, pero la melena es alucinante (de larga y de bonita). Ahora ya no quiere que la abrace en público, así que, básicamente, soy su chófer. Mientras esperaba a que volviera de comprar unos regalos con su amiga, me crucé con un montón de bebés. Uno (de unos dos años) salió corriendo de una tienda, su padre salió detrás de él, sonó la alarma porque tenía unos pantalones en la mano, volvió a entrar a dejar los pantalones, el niño seguía corriendo, salió de nuevo y lo cogió. Todo esto en segundos. Me reí a mandíbula batiente, y dí gracias por no tener un bebé de esa edad, porque no me apetece mucho andar corriendo por los centros comerciales.
También me crucé con un bebé gusanito, de los que se retuercen en el cochecito. Luego vi otro que se subía en una lámpara de pie, a lo Gene Kelly, y la hacía temblar. A mí me hacía mucha gracia, a su padre, no tanta.
El olor a bebé, la sonrisa de un bebé, la risa loca de un bebé... refugios en los tiempos que corren.