domingo, 22 de abril de 2012

COSAS QUE ME ENCANTAN: BEBÉS



Soy de ese tipo de locas que no pueden pasar delante de un bebé sin decirle algo. Y a ellos les gusta. No están acostumbrados a que les hablen como si fueran personas y les flipa. Eso, y que yo creo que perciben el subidón de leche que me provocan. Pero no soy una talibana de los bebés. Eso de que todos los bebés son guapos es una falacia. Hay bebés feos de narices. No hace mucho he visto uno. Y yo creo que las madres lo saben, por mucho que les quieran. Mi bebé cuando nació era muy muy rara. En mi familia todos habíamos sido rubillos y calvos, claro, como buenos bebés. Ella nació con un melenón impresionante, y negro como el carbón. Cuando paseaba con el cochecito, la reacción era automática: "¡Un bebé!, ¿a ver?... ¡Uy, qué pelo!". Todos decían "¡eso es pelusa de bebé, se le caerá!" Hombre, pelusa, pelusa... ¡Ya quisieran esa pelusa muchos calvos! A los dos meses, harta de esperar a que se cayera por sus propios medios, y ante la amenaza de tener un bebé de cuatro meses con melena de trovador, fuimos a la peluquería, y se lo cortaron a tijera (he de reconocer que fue un corte un poco masculino, pobre...), pero esa carita... esos ojitos negros como aceitunas... Creo que fue entonces, y a lo mejor por sentirme algo culpable, cuando me teñí el pelo de rojo pasión y cada vez que me asomaba a la cuna se movía con brazos y piernas como si viera un peluche gigante. Ella y todos los bebés de la clase de estimulación a la que íbamos... ¡qué tiempos!
Ahora, cada vez que me cruzo con un bebé, no puedo evitar sonreírle, y la respuesta es automática, te devuelven la sonrisa y se retuercen como gusanitos cuando su cochecito  pasa de largo.
El otro día fui a un centro comercial con mi bebé melenuda. Ya no es un bebé, pero la melena es alucinante (de larga y de bonita). Ahora ya no quiere  que la abrace en público, así que, básicamente, soy su chófer. Mientras esperaba a que volviera de comprar unos regalos con su amiga, me crucé con un montón de bebés. Uno (de unos dos años) salió corriendo de una tienda, su padre salió detrás de él, sonó la alarma porque tenía unos pantalones en la mano, volvió a entrar a dejar los pantalones, el niño seguía corriendo, salió de nuevo y lo  cogió. Todo esto en segundos. Me reí a mandíbula batiente, y dí gracias por no tener un bebé de esa edad, porque no me apetece mucho andar corriendo por los centros comerciales.
También me crucé con un bebé gusanito, de los que se retuercen en el cochecito. Luego vi otro que se subía en una lámpara de pie, a lo Gene Kelly, y la hacía temblar. A mí me hacía mucha gracia, a su padre, no tanta.
El olor a bebé, la sonrisa de un bebé, la risa loca de un bebé... refugios en los tiempos que corren.



domingo, 15 de abril de 2012

RECUPERAR LA ALEGRÍA


Mis fans me acusan de dejada. Si hablaran de la plancha pendiente les daría totalmente la razón. El caso es que, como a todos, me han robado la alegría de vivir. Lo sé, no porque haya dejado de reír bien alto, sé que tengo responsabilidad terapéutica sobre los que me rodean y me ocupo con sumo cuidado de recargarles las pilas cada poco, sino porque  me siento incapaz de escribir con cierto humor de las cosas que nos pasan.
Y ¿sabéis qué?, ¡se acabó! ¡hasta aquí podíamos llegar! ¡no se lo consiento!
Vale que nos hayan metido en un hoyo entre unos y otros del que no saben cómo sacarnos. Vale que, después de pagar nuestros impuestos religiosamente, ahora les perdonen los pecados a los descreídos que no pagan y nos restriegan por las narices sus coches de lujo, sus bolsos de marca y sus casas de ensueño. Vale que digan que buscan nuestro bien, estrangulándonos lentamente. Pero no podemos consentir que  nos impidan reírnos de nuestras desgracias. ¡A dios -si existiera- pongo por testigo, que no me convertirán en una amargada, que no me robarán el optimismo, que no me harán creer que esto no tiene solución, que no les libraré de la culpa de llevarnos al abismo!
Así que, manos a la obra. Recordemos momentos de máxima alegría. 
Uno de los míos (vamos a obviar esas cosas transcendentes de los hijos, ¡oh, qué maravilla el milagro de la vida!, la primera vez que la tuve en mis brazos...) fue una vez que cayó enoooorme tormenta de verano, estaba con "mi novio al que nunca debí dejar" (una maravillosa persona que una vez estuvo en mi vida y de quien sólo tengo buenos recuerdos). Me puse un bikini, salí al jardín y me puse a gritar como una loca de pura felicidad. Y para sentirme así solo necesité lluvia.
Militemos en la alegría permanente. Y que eso no nos impida decirles a la cara que son unos pésimos empleados, que han mandado a la mierda un sistema que nos llevó décadas construir, y que, después de la que han liado, no han tenido la decencia de bajarse a sí mismos los sueldos para "arrimar el hombro" como nos piden a los míseros ciudadanos.
Salgamos a la calle cada semana para decirles que lo que hacen no nos gusta, por muy necesario que lo consideren, que tiene que haber otra forma. Seguro que hay alguien listo entre nosotros que sabe cuál es el camino. ¡Manifiéstate, por dios, antes de que acaben con todo!
¡A LAS BARRICADAS... DE LA ALEGRÍA!!!!