Mientras intento recordar los ingredientes del relleno, la niña se pone superpesada con que quiere un PSP, porque ella lo vale. Esta niña es rara hasta para las notas, saca sobresaliente en todo menos en las marías. “Que me dejes en paz, que tenemos que comprar cava”. “Mira mamá, el vino que me diste el otro día en casa y que me dió tanto sueño” ¡Pero qué dice esta insensataa! “Como no me compres la PSP, te van a detener por dar de beber a un menor” No puedo con ella.
Día 24, 16 horas. Me dispongo a rellenar el capón (4 kilos 800 gramos). Le quito el plástico que lo envuelve, y me parece que tiene un pedazo de culo que no tiene nada que envidiar al mío. En un cartelito pone bien claro: “Capón limpio”. Así que estoy preparada, lista, ya! con el relleno a punto, recorto un poco la grasilla del culete, por aquello de que sea más dietético. Y, cuál no es mi sorpresa cuando meto la manita esperando encontrar una enorme gruta y en lugar de hueco me topo con un manojo de vísceras que provocan uno de mis gritos (esos que mi hija tiene perfectamente catalogados) y tengo que ponerme guantes de látex para proceder a la extracción. Yo no sé si pretendían que añadiera las vísceras al relleno, pero las tiré a la basura con mucho cuidadito, metí el bicho relleno en el horno hora y media y de la grasa que soltó aquello no voy a hablar, porque todavía no doy crédito (medio litro en un tupper, debidamente eliminado). El caso es que quedó estupendo. Hemos sobrevivido a la Nochebuena. Ya sólo quedan tres o cuatro atracones, y ¡hala! a la dieta otra vez. ¡Qué pereza da todo!