Tampoco tengo en la memoria el ruido insoportable que hacíamos todos (si ahora grito como grito, no puedo ni imaginarme mi voz aguda). Cuando estás ahí sentadita, en la sillita bajita de tu hijo, escuchando al profesor desde una postura de clarísima desventaja, te dan ganas de poner la mano para que te dé un reglazo... ¡uy, calla, que ya no dan reglazos!, y no puedes evitar que te perturben los gritos continuos de los niños que esperan en el pasillo, agrandados por esa estupenda rever que tienen los pasillos de colegio. Pero los profesores siguen hablando como si no pasase nada, como si eso fuera el viento o cualquier otra fuerza de la naturaleza. Y en ése momento, te das cuenta de que esas personas aguantan a 25 como tu hijo (gracias, Sra. Aguirre) y que, sin saber cuánto cobran, no están bien pagados, porque yo me imagino pasar una mañana tras otra con 25 como la mía, y me suicido en grupo yo sola.
Ayer tuve que pasar 2 horas haciendo cola, con perdón, para apuntar a mi miniyo a las actividades extraescolares, ese reducto de paz que nos permite a las familias monoparentales llegar a veces a recoger a nuestros hijos, y salí con dolor de cabeza más que de pies. Niños sudados, rojos, al borde del colapso, entraban y salían del patio al APA sin parar... ¡madre mía, te cansas sólo de verles!
Pero los viernes, que salen todos a la vez porque no hay actividades, cuando entras al patio lleno a reventar, parece que estás en un anuncio de United Colors of Benetton, y los gritos y las risas son como de fin de semana, y no puedes evitar sonreír y dejarte transportar a ése tiempo tan tan lejano en el que tu único problema era que tu madre te había vuelto a poner mortadela en el bocadillo.
No esta mal eso de niño frito, aunque yo que lo vivi dira niño cocio ¿no?
ResponderEliminarbesos y espero que encontrases la actividad que querias