Una vez medio recuperadas del letargo provocado por estar al nivel del mar, empieza a llover. ¡Fantástico! Y yo con sandalias y manga corta. Cuando era pequeña, decretaba el inicio de la primavera como a finales de marzo. Entonces me quitaba los calcetines y ya no me los volvía a poner. Mi madre me perseguía gritando: ¡Qué os creéis que porque vayáis desnudas va a venir el buen tiempo! La respuesta era y es sí. Menos mal que me había traído las zapatillas de deporte para caminar sin parar.
Visto que parecía que no iba a abrir el cielo nunca, mi hija me dice: ¡Mamá! ¿por qué no hacemos eso que se hace en Semana Santa? Por un momento creí que se refería a salir en procesión. Katia es morita, como decía mi abuela, y la primera vez que vio un Cristo crucificado en alguna celebración familiar siendo pequeñita, paró en seco delante se quedó mirando hacia arriba con cara de pavor y alucinó pepinillos. Pero no, no se refería a las procesiones, sino a las torrijas. "Bueno, vale, pero las hago al horno, porque te conozco y al final seguro que me las tengo que comer yo". Se lo cuento a mi tía, que hace unas torrijas de muerte, y pone una cara muy rara. Normal. Las hicimos. Y no son lo mismo, pero, oye, se dejan comer, y para un ataque de hipoglucemia...
Mi hija tose como un perro ronco y silba al dormir. Y es que, siguiendo la tradición que ignora de su madre, ha decretado el inicio de la primavera y va en pelotas. Y ahora... ¿qué demonios le digo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario