Así nos hemos pasado el fin de semana. Unas veces por los vapores etílicos, otras por el maravilloso manoseo de profesionales de las ciencias etéreas y otras para huir mentalmente de los frikis trascendentales. ¿Os preguntáis qué hace la gente rara los sábados por la mañana? Algunos pasean al perro y recogen sus cacas con devoción, observando color, olor y textura. Pero otros se van a la montaña a aprender remedios caseros ayurvédicos. Claro que lo mismo pensarían de nosotras. A ver qué pintaba allí un grupo de locas de todo pelaje: solteras, casadas, divorciadas, amancebadas, madres de adolescentes, preadolescentes, bebés, fumadoras, exfumadoras, no fumadoras, de la xs a la xxl pasando por todas las tallas, todos los colores de pelo, todos los humores... y con una sóla cosa en común: unas enormes ganas de dejarse mimar y huir un poco del mundo.
Así que empezamos el día comiendo el higo de Daniela, que tiene una piel maravillosa, pero creemos que no disfruta lo suficiente. Previamente Carmen había derramado el agua caliente, hervida a fuego muy lento durante 15 minutos, y ligeramente aromatizada con un poco de jengibre fesco. Nos confirmaron que el microondas es muy muy malo, pero eso lo dice todo el mundo, no hace falta ser ayurvédico para saberlo. Lo que ya nos dejó ojipláticas del todo es saber que el frigorífico lo mata todo. Ya ves tú. Creíamos que mataba sólo los bichos que provocan la putrefacción de los alimentos, y resulta que se carga también sus propiedades... ¡vaya por Dios! Así que María ha decidido que nos deshagamos de los frigoríficos y los convirtamos en vestidores (el mío no da para tanto, ya os lo digo).
Nos enseñan una receta sanísima que tiene todos los ingredientes que necesita un cuerpo humano para estar perfectamente alimentado y nutrido: kichari. Todo el mundo apunta muy interesado y hace preguntas absurdas que alargan la charla una hora ("No lo entiendo. No entiendo por qué dices que el zumo de naranja no combina con la nata de tu higo, Daniela"). Daniela la mira con cara de "¿y entiendes que si no respiras te mueres, pedazo de zote?". Pero no se lo dice, porque Daniela no come carne, viste de blanco, lleva el pelo al dos y es super zen. En lugar de eso le da una explicación complicadísima sobre la acidez de los alimentos y los fluidos gástricos... Total que salimos de ahí y nos metemos en "La Gamba Roja" a practicar completamente la dieta Ayurveda: pierna y paletilla de cordero y entrecot.
Y luego salimos zumbando a recibir nuestros maravillosos tratamientos, porque los spa son superestresantes. Todo el mundo quiere descansar tanto y tan deprisa que se apunta a mil actividades relajantes que, todas juntas, provocan estrés. Menos mal que llevamos a la pequeña Iris que nos recuerda continuamente que hemos ido a tomárnoslo todo con calma. Como yo he hecho la reserva, todos los tratamientos están a mi nombre, y aprovechamos para montar escándalo también con eso. Los señores de negro que dan los masajes nos miran con cierta desconfianza. Al contrario del resto de semovientes de la sala de espera, parecemos estar realmente vivas, así que parecen alegrarse cuando les toca con alguna de nosotras.
Cuando acabamos los masajes tenemos cara de lelas... igual es que los demás vienen mucho. Iris decide que hay que respirar aire puro, y, como no queremos contrariarla, salimos a dar un paseo. Vemos un montón de casas que parecen hórreos gallegos (parece ser que los hórreos son gallegos, aunque yo creía que eran también asturianos) y volvemos justo para ir a cenar. Vacilamos al camarero, que por la mañana fue antipatiquísimo ("por favor, no me manchen el mantel") y a esas alturas ya comía de nuestra mano, porque somos supermajas. Después de cenar hacemos botellón en la habitación. Bueno botellón con estilo, compramos rioja y vasos de chiquito de cristal, porque nosotras no bebemos vino en vaso de plástico, ¡menuda ordinariez!... y chocolate de varios tipos (blanco, negro, con leche...) Sólo nos faltó el higo de Daniela para terminar la fiesta por todo lo alto. Nos reímos como descosidas, porque nada como que esté prohibido hablar alto para que te den ganas de cantar la Zarzamora. Cristinita no hacía más que repetir "si no hay nadie al lado", y me encontré a nadie por la mañana, fumándose un pito en la terraza común cuando pasaba yo con mi toalla, arreglá pero informal, para despertar a la mitad de la expedición para el desayuno.
Terminamos la fiesta con un circuito termal (maravilloso) y una flotación (horrenda) que nos podíamos haber ahorrado, porque nos dejó el estómago revuelto y dolor de cervicales. Menos mal que no hay nada que no pueda arreglar una buena tienda de souvenirs.
Total, chicas, que me lo he pasado como los indios, pero la próxima vez, nada de flotar y más masajes.
Por cierto, el higo de Daniela es tan hipercalórico que sólo una de nosotras puede tomarlo a dirario, y, desde luego, no soy yo.
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